Juan
construye su maqueta según la disposición que tiene en el dibujo, suministrado
por la casa creadora.
El
solo tiene que seguir las instrucciones, pegar y montar. Ha decidido que es un
trabajo que le relaja y entretiene. Pero pasado un tiempo surge un nuevo
problema que hace con tantas creaciones, ocupan un espacio que no tiene y
tampoco ve la posibilidad de regalarlas, pues sus amigos están en situación
parecida. Es un trabajo no creativo y solamente entretenido, por ello no tiene ningún
valor económico. Hablando con unos amigos encuentra la solución, donárselos con
vistas de venderlos para un proyecto que tienen.
Juan
consigue encontrarse agobiado por el hobby que ha adquirido y siente que tiene
que cambiarlo. En su búsqueda encuentra un nuevo hacer, colorear mándalas, dibujos circulares con diferentes formas o
figuras geométricas como si estuvieran en un espejo. De nuevo comprar los
materiales, lapiceros de color, rotuladores y lapiceros de cera. La carpeta con
los correspondientes dibujos y unas pocas instrucciones que ha recogido de
Internet.
Su
mesa de trabajo lista y su elección de colores y lugar donde empezar, de dentro
a fuera o al revés.
Curiosamente
nota que le relaja, perfecciona su técnica luminiscente, aplicando color sobre las superficies blancas, delimitadas por una línea negra.
También
averigua que pueden influir sobre los estados de ánimo. Y como temores, se van
diluyendo como colores acuarelables.
Se
apunta a un taller para descubrir algo más de esta técnica. Comenzando un mundo
de aprendizaje y de creación pues aprende como construir nuevos diseños, a
partir del uso del compás y la regla.
Los
acabados terminan en una carpeta, que recoge sus tesoros, decide compartirlos
con los amigos que vendieron sus maquetas. Y comienza su etapa de instructor de
los mismos. Recaba más información y
comienza su docencia.
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