La muchacha risueña, alcanza la
edad de dieciocho años. Todo el mundo creía que con esa edad cambiaria y se
haría más madura. Pero llego la fatídica edad en la que sí o sí cambias, a
efectos sociales y también a efectos hormonales. Como si cada persona tuviéramos
un tiempo y por ello, debemos cumplirlo a rajatabla. Carmen ha pasado esa etapa
hace un par de días pero ella sigue siendo una persona ilusa, muy confiada y
que está “en su mundo”.
Todo esto la encasilla en su
etiqueta de inmadura, lo cual la aleja del modelo social de comportamiento, por
ello al salir de la escena se convierte en “para escena”, alejada de la
normalidad. “bicho extraño”. La malicia no entra dentro de sus haberes.
Carmen puede estar en una
biblioteca estudiando tareas o poner su cara apoyada sobre la mesa y tender una
sonrisa, maquillada por sus gafas de pasta negras con grandes cristales, que
justifican su incipiente miopía.
Sus amigos la ven divertida pero
un poco abstracta, lo que hace que no sea la persona elegida para ser la
persona en la que depositar confianzas.
- Claro,
Carmen siempre está en su mundo. Con ella no se puede contar. Son comentarios
de su círculo más privado.
La facilidad de abstraerse es un
motivo de envidia de esa virtud. Puede viendo el paso de un coche por la
carretera, quedarse abstraída, o mirando un arroyo o las nubes o las personas
que pasan mientras ella está sentada en el banco del parque. Otros no son
capaces de salir por algún momento de su rutina y se fustigan con el látigo.
Un día, mientras pasaba un paso
de cebra quedo parada en medio y un coche, que no preveía ese parón, la arrolla.
La sangre y el dolor cambiaron.