Hoy
es domingo, por la mañana. Los campos donde se disputan los partidos
de fútbol, están dispuestos a coger a los “atletas”, aunque las
apariencias indiquen lo contrario. Es la justificación de hacer
deporte e imitar a aquellos que les reúne frente al televisor,
varias veces en semana para emularles y sentirse un poco sus figuras
a imitar. Aunque las carreras sean menos intensas y sus tiros a
puerta sean un poco desviados. Pero por encima de todo esta la
intención.
Intentan
hacer labor de equipo, de grupo, aunque no falten las criticas al me
“dejáis solo” ante tres.
Según
va cambiando el marcador, las ideas de grupo se van desmoronando y se
convierten en lanzas hacía sus propios compañeros o es el arbitro,
personaje muy socorrido para sacar tensión, y calmar nuestras
frustraciones, como si fuera un chivo expiatorio. Se comienza con la
critica y se termina con la desconsideración, tacos incluidos.
El
color verde del campo no contagia la esperanza , solo en los
sonrientes rostros de los que llevan ventaja, afirmando que “hoy
todo les sale”.
Un
jugador, comenta con el entrenador, salir del campo, pues en dos
horas tiene que estar en un pueblo iniciando otro partido. Quizás
sea el caso mas relevante que el juego ha perdido su utilidad y se
convierta en competición.
El
arbitro accede al cambio y sale corriendo a los vestuarios para
recoger su bolsa de deporte y cambiarse con los nuevos colores, en
busca de su coche.
Espectadores
hay pocos pero se nota, por como toman partido por uno u otro equipo,
El hijo de uno que juega de portero le indica que faltan tres
minutos, para hacer olvidar los tres goles que ha recibido en quince
minutos.
El
pitido final aproxima algunas manos y algún abrazo, reparador. Otros
no.