Antonio
decidió tomar un viaje compartido, en un coche. De la impersonalidad
de los transportes publico tomo la opción de apuntarse a un hombre
que ofrece su coche y su conducción a cambio de compartir los
gastos. Para él era todo un reto pues se encuentra en los cincuenta
años. Aunque esto lo había hecho en países árabes e incluso
Mejico. Pero aquí llegaba a ser una experiencia novedosa. Con gran
puntualidad se reúnen las cuatro personas en el punto acordado. Como
no se conocen comienzan las especulaciones si serán los componentes
del viaje. Antonio mira con disimulo pero los equipajes les delatan.
Con cinco minutos llega el coche descrito en el contacto, para y lo
primero que hace es disculparse por la tardanza. Un asunto de última
hora. Se presentan y nada mas subirse al coche pregunta si quieren
que ponga música y el tipo que prefieren. Las edades son dispares.
El conductor hace de anfitrión y propone decir el nombre y a que se
dedican cada uno. Esto sirve para quitar el hielo he interesarse en
el mundo de cada uno. Y lo que parece un viaje sin más. Se va
convirtiendo en un centro de comunicación, donde las opiniones de
los otros abren los oídos y las vistas a aspectos que antes no se
conocían, cada uno manifiesta su experiencia y se siente el guru en
su trabajo, pero desde la modestia, pues esta entre profanos.
Los
kilómetros van pasando, coches, camiones, autobuses son los
compañeros del paisaje pero no de la conversación. La maestría del
dueño hace que todos se sientan como en su casa, con la ventaja de
un ameno dialogo.
Sin
darse cuenta pasan por los carteles que indican el destino. Pero
antes de despedirse intercambian teléfonos para juntarse a seguir
relatando sus vidas.
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